El lagarto Cortázar
Por Camila Flores
Despertó asustado. En aquella realidad alterna no tenía alas y su aliento era frío e imperceptible.
Era pequeño, insignificante, aprisionado en una jaula de cristal. Los humanos lo veían maravillados, pero sin miedo en sus ojos redondos. Se acomodó sobre las monedas de oro que cubrían el suelo de la cueva y, con un bufido, se dispuso a seguir descansando. Volvió a soñar que era simple e inofensivo. Esta vez no cabía en sí de la impresión al notar que iba en los hombros de un humano que parecía ser su dueño.
¡Él! ¡a cuestas de una persona!
Bufó irritado y abrió los ojos, furioso. El humano le acarició la barbilla.
Ilustración por https://www.instagram.com/loretobeleninzunza/